Pablo De Santis (1963) es escritor, periodista y guionista de historietas; ganador del Premio Planeta-Casa de América 2007 por su novela El enigma de París y también del Premio de la Novela de la Academia Argentina de Letras. Tiene publicado más de treinta libros.
Les comparto algunos títulos: Lucas Lenz y el Museo del Universo (1992), La traducción (1997) Páginas mezcladas (1997) con ilustraciones de Max Cachimba, Filosofía y Letras (1998), El teatro de la memoria (2000), El calígrafo de Voltaire (2001), El inventor de juegos (2003), El buscador de finales (2008), Los anticuarios (2010), El hipnotizador (2010) historieta con el dibujante Juan Sáenz Valiente, El juego del laberinto (2011) Continuación de El inventor de juegos, Trasnoche (2014),El juego de la nieve (2016) Continuación de El inventor de juegos y El juego del laberinto, Leyra, La cazadora de libros (2018), en coautoría con Max Cachimba, ¿Quién quiere ser detective? (2018).
De Rey secreto (2005) les comparto unos microrrelatos:
El sótano de la biblioteca
Para caminar por los túneles, usamos libros como antorchas.Cuando la luz está por apagarse, damos vuelta la página.
El tapiz
Entré a la tienda del anticuario Espinosa para mirar el tapiz del que tanto me habían hablado. Estaba colgado en una pared, entre una armadura japonesa y una muñeca de porcelana.
La escena parecía vista a través de la lluvia o de la niebla.
Contra un cielo gris, una mujer de cabellos dorados sostenía una rama de olivo. Hubiera dado cualquier cosa por conocer a la mujer que había inspirado aquel tapiz.
-Es hermoso –dije. Lamenté de inmediato haberlo alabado, lo que aumentaría el precio-. ¿Cuánto cuesta?
-No está en venta –respondió Espinosa-. Pero… ¿cómo sabe si es hermoso si lo está mirando al revés? Lo dejo así para que no se llene de polvo.
Espinosa dio vuelta la tela. Del otro lado de la trama la mujer era un cadáver de ojos hundidos y piel amarillenta.
Sostenía una vara retorcida llena de espinas que goteaban sangre y su cabello era un manojo de serpientes.
Los frascos
La mujer me hizo entrar a su dormitorio porque tenía algo para mostrarme. Miré los frascos color ámbar y las botellas azules cerradas con lacre; había recipientes con forma de sirena, de araña, de unicornio. La mayoría eran de cristal, pero también había de madera y de hierro oxidado. En alguno flotaba polvo de oro; en otro, un escarabajo atigrado.
-¿Siempre quise conocer su colección de perfumes –dije-? ¿Me permite abrir alguno?
No esperé a que me respondiera y abrí un frasco verde. La fragancia me hizo ver sombras, destellos, pozos sin fin. Lo cerré de inmediato.
-No son perfumes –dijo Lucrecia-. Son mis venenos.
Titanic
La operación para reflotar el Titanic fue un éxito. No contentos con arrancarlo de las aguas, los empresarios que lograron la hazaña se propusieron restaurar cada centímetro del barco, para dejarlo tal como era en sus años de esplendor. Para conmemorar un nuevo aniversario de la botadura del trasatlántico, llenaron el barco con más de tres mil personas vestidas con ropa de época, uno por cada uno de los antiguos pasajeros. Poco después de la partida, el trasatlántico embistió a un iceberg especialmente ubicado en su camino, que rasgó limpiamente el costado del casco. La reconstrucción, que hasta ese momento había sido perfecta, aquí falló: no hubo tiempo de echar al agua ni un solo bote salvavidas. Todos se ahogaron. Transcurrido un tiempo prudencial, ya se está hablando de un nuevo rescate.
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