septiembre 08, 2020

¿Y si…?

¿Y si Colón no hubiese arribado a lo que hoy llamamos América?; ¿Y si el 24 de marzo de 1976 Videla, Massera, Agosti y aliados no hubieran llevado a cabo un golpe de estado en Argentina?; ¿Y si en 1989 no se hubiese derribado el Muro de Berlín?... Seguramente, distinta hubiera sido la historia. A la especulación acerca de lo que hubiese sucedido si no hubiera pasado lo que aconteció, se le llama ucronía; es decir, reconstruir la historia basada en hechos posibles pero que no han sucedido realmente. Se plantean realidades alternativas ficticias, en las cuales los hechos se han desarrollado de diferente forma de como los conocemos o, definitivamente, no han ocurrido. La encontramos en relatos literarios, en el cine, la televisión y en los videojuegos. Les comparto un cuento ucrónico de Eduardo Abel Giménez:


La ciudad de las nubes


        - ¿Qué hubiera pasado si los aztecas derrotaban a Hernán Cortés? - pregunta el profesor González.
El profesor González es un hombre alto, flaco, de cuello largo y piel muy blanca, narigón hasta el
extremo. Falta que se pare en una sola pierna para terminar de parecerse a una grulla.
        - ¿Y si la antigua China hubiera colonizado el continente africano?
Estamos en la clase de Historia, aunque más que eso parece una clase de Ucronía. Hasta donde sabemos, las ucronías son lo único que entusiasma al profesor González. En vez de estudiar historias reales, estudias historias inventadas. Todas sus preguntas empiezan por: “¿Qué hubiera pasado si…?”.
Junto a mí, Alina mira hacia el frente del aula. Yo le miro el perfil, aprovechando que me tapa la espalda gigante de Carpinetti. El mechón de pelo sobre el ojo derecho, la nariz redonda, el labio inferior que se proyecta hacia afuera como el borde de una fuente… Bajo la mirada al pupitre, busco una hoja en blanco en mi carpeta y corto una tira de papel. Escribo:
“¿Qué hubiera pasado si estuviésemos en clases separadas?”.
Doblo el papelito al medio, lo pliego en cuatro, y se lo paso a Alina. Alina se tapa la boca con la mano y sonríe.
        - ¿Y si Costa Rica no fuera potencial mundial? - dice el profesor González.
Alina busca su lapicera y escribe en otro papelito. Ella prefiere doblarlo en tres, y luego en seis. Me lo da sin mirarme:
        - ¿Y si viviésemos en países distinto?”.
Tras cada pregunta, el profesor González abunda en detalles sobre cómo responderla, y sobre los recursos de la lógica, la investigación, y bla bla bla, pero la verdad es que no le presto atención. Entiendo que la derrota de Hernán Cortés, por ejemplo, habría obligado a los españoles a… algo. Pero no me pregunten qué.
Escribo:
“¿Y si yo hubiese nacido en otro siglo?”.
El sol acaba de encontrar un camino para entrar por la venta. Da justo en el pupitre de Alina, para sacarle brillo a la piel oscura de sus manos mientras pliegan otro papelito:
“¿Y si yo tuviese un lunar enorme en la punta de la nariz?”.
        - ¿Y si los vikingos hubiesen colonizado América? - pregunta el profesor González.
Algunos de nuestros compañeros bostezan. Los otros parecen en animación sus pendida. Carpinetti está entre los bostezantes, me doy cuenta por la forma en que a veces echa la cabeza atrás.
“¿Y si nunca nos hubiéramos dado un beso?”.
La sonrisa de Alina le enciende los pómulos, donde hoy, con su estilo simple y clásico de ser hermosa, se pintó un pequeño círculo esmeralda. Un color delicioso en la vecindad de sus ojos verdes y anaranjados.
“¿Y si estuviéramos volando juntos por el Amazonas?”, escribo.
Le paso el último papelito a Alina, sin darme cuenta de que al otro lado de la espalda de Carpinetti el profesor González se ha ido acercando por el pasillo. Pero Alina no llega a desplegar mi mensaje. Ahora que levanto la mirada resulta que la grulla está de pie, en toda su espectacular altura, justo al lado de Alina. Y no es todo: está mirando hacia su pupitre.
El profesor González estira un brazo largo, que sería de grulla si las aves tuvieran brazos, levanta el papelito y lo lee para sí. Mientras, frunce los labios, arruga la frente y asiente lentamente con la cabeza.
Alina y yo estamos paralizados. Ella mueve la vista de las manos pálidas de González a su nariz interminable, y vuelve a las manos. Yo miro la esmeralda de Alina y luego los ojos del profesor, que son negros, pero de pronto parecen tener un fulgor rojo (seguro que hay grullas de ojos rojos). Para Alina debe ser aún pero que, para mí, no solo porque tiene a la grulla más cerca, sino porque no sabe qué dice el papel secuestrado. ¿Y si justo escribí algo íntimo, entre lo íntimo, algo que nadie más debería ver, algo que se pueda usar horriblemente en nuestra contra?
Pasa un siglo. Pienso: no es nada, Alina, no te preocupes. Pasa otro siglo. Pienso: ¡ahora viene el picotazo!
El profesor mira con esos ojos que deberían ser rojos a los ojos arco iris de Alina, hasta que ella baja la mirada al pupitre. Luego me mira a mí, y yo también bajo la mirada. Entonces hace algo que en adelante deberemos mencionar como “nuestra propia ucronía realizada”. Al contrario de todo lo que enseña la Historia, el profesor González deja asomar una sonrisa en el lado izquierdo de la boca, vuelve a dejar el papelito en las manos de Alina y sigue avanzando por el pasillo.
        - ¿Y si jamás se hubiera prohibido el automóvil? –dice.
¿Podemos respirar? Sí, podemos. ¿Podemos mirarnos de reojo? También. ¿Hay vida en medio de tanta vergüenza? Algo hay, sí. Y ganas de reírnos. Pero no nos reímos. Alina encierra en el puño el papelito si leer. Miramos al frente, nos quedamos quietos y contamos los segundos que faltan para que la clase termine.
        - ¿Y si el Principio de Kafka hubiera rechazado por la Liga de las Naciones?
Incansable, el profesor González sigue caminando arriba y abajo por el pasillo haciendo preguntas. Incapaces de volver a desafiar el destino, Alina y yo nos afiliamos al partido de los que bostezan. Hasta que llega el momento mágico en que, por fin, el profesor González mira su reloj pulsera.
-Muy bien- dice -. Ya han aprendido a formularse preguntas interesantes sobre las muchas formas en que la Historia pudo ser distinta, y cómo eso podía haber llevado a un presente muy diferente del nuestro. Ahora…
Ya lo sabemos, sí: la tarea.
        - Para el jueves, cada uno formulará su propia alternativa a la Historia real, y desarrollará en dos páginas cómo hubiera cambiado el mundo.
Suena el timbre. Fin de la clase, fin del día en la escuela. El profesor González se despide, da tres o cuatros pasos de grulla y sale del aula.
Nuestros compañeros, repentinamente despiertos, se apuran a juntar sus cosas para irse de una vez. Carpinetti levanta con mucha lentitud su cuerpo de oso y vuelvo a ver el mundo frente a mí.
Alina y yo nos demoramos en los asientos. Ella sigue ruborizada. Supongo que yo también. Somos los últimos en cruzar la puerta, tomados de la mano, mientras los otros encienden las alas y se dispersen por la Ciudad de las Nubes.

Eduardo Abel Giménez (1954) escritor de relatos de ciencia ficción, humor, poesías, inventor de juegos, fotógrafo, músico, traductor y editor de su propia editorial Dábale arroz. Por La ciudad de las nubes ganó una mención en el Premio Nacional de Literatura Infantil en el 2012. Tiene una página web: La Mágica web en la que diariamente publica relatos, fotos, reseñas...


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