Para la temporada del otoño... ¡qué mejor que comer mandarinas! "Porque el olor de la felicidad es exactamente igual al de las mandarinas" dice Mariano Barbieri en su libro Mandarinas de abril:
Les comparto uno de sus cuentos, Mandarinas para principiantes:
Si aplastamos una mandarina hasta las últimas consecuencias, vamos a quedar sosteniendo un manojo de piel y semillas resbalosas, todo lo demás habrá caído entre los dedos dejando una melaza invisible y un olor a primavera en pleno invierno. Pero sabemos que si dios existe, trabaja empaquetando mandarinas en otoño. Cada gota de jugo queda abrazada a una piel transparente tan fina que, a su lado, los bebés parecen forrados en lija. Las gotas envueltas se pegan a otras –también envueltas– formando tres pares de filas y algunas veces cuatro, que agrupadas acaban convirtiéndose en un gajo.
Se entiende que un gajo es a las frutas lo que un dedo es a las manos, lo que una palabra a una canción sin rima. Una vez abiertos y puestos a contraluz, evidencian la transparencia misma que, como toda transparencia, es un enigma.
Cada mandarina tiene entre diez y trece gajos cosidos al centro por un delgado hilo blanco que las une igual que a las mangas de una camiseta, a los elásticos de un corpiño o a las páginas de un libro. Al comerla se experimenta propiamente la lujuria, porque la mandarina es –tal vez– la fruta más femenina por nombre y estructura gajal.
Y por último, lo primero:la cáscara. Esta vez hay que decirlo, la superficie de las mandarinas obedece al pensamiento religioso que manda a desoír la información que los ojos capturan: las más hermosa no son las mejores. El instinto canino será así otra vez fundamental para poder elegir. A oler entonces, como los perros; y a morder sin pensárselo dos veces, porque el prejuicio es mal camino y mal canino también.
Mariano Barbieri. Mandarinas de abril. Cuentos y relatos innecesarios. (2010)
Dibujos de Natalia Tescione
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